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Se encontraba un señor, mayor, tranquilamente sentado al lado de una puerta en un muro de piedra cuando pasaba por allí un chico nervioso e inquieto. El joven, al verle se le quedó mirando con desaprobación y se marchó.

Al día siguiente, la escena se repitió. Y así por una semana, hasta que un día, el joven incómodo por la mirada amable del señor, le dijo, “¿qué pasa que tu no trabajas? Yo trabajo mucho y no obtengo los resultados que quiero“.

El hombre mayor sólo le contestó: “Mira en tu interior y obtendrás lo que necesitas.

El joven se volvió, le miró atónito y sin contestarle se fue.

¿Por qué me habrá dicho eso? Este pobre viejo no se entera de nada. Yo trabajo, cuido mis plantas y ahora mi camelia más preciada, muere tras muchos años siendo la joya del jardín. ¿Qué voy a hacer?

Al día siguiente, volvió a pasar y ya enfadado, viéndole con esa calma, le preguntó inquiriéndole: “Levántate, deja de holgazanear todo el día.” El maestro le contestó: Mira en tu interior y encontrarás la solución.

El joven jardinero, buscaba esa solución, pero no sabía cómo. Cuidaba, regaba, ponía suplementos a la camelia, y ella no respondía. Y cada vez más, su inquietud crecía. Estaba tan obsesionado por salvar a su preciada camelia, que poco a poco había empezado a descuidar el resto del jardín y empezaba a resentirse.

Desesperado se acordó que le habían comentado hacía tiempo que existía un pequeño jardín que era especial y fue a buscarlo. No sabía muy bien donde estaba, pero fue en su búsqueda.

Cuando llegó a la puerta, se dio cuenta de que esa era la puerta en la que siempre estaba el hombre mayor. Se acercó buscando cómo abrirla, se arrimó al muro y le vió al otro lado observando algo que él no lograba descifrar. Le llamó, el viejo se giró y sonriéndole le dijo: “Te estaba esperando, pasa”

El joven, sorprendido, no sabía qué hacer, quería darse media vuelta y marcharse, pero algo le decía, ¡avanza!

Cuando cruzó la puerta, no daba crédito a lo que veía. Era el jardín más maravilloso que había visto jamás. Pasaba por allí todos los días y nunca se había fijado. Todo guardaba armonía, allí había una combinación perfecta de plantas cuya mezcla de olores y colores te llevaban a otra dimensión. Estaba paralizado de la emoción y sólo había cruzado la puerta.

Abrumado, le preguntó, “¿cómo lo has hecho?”. El jardinero, le llevó a una parte del jardín, le dio un rastrillo y le dijo, “Busca en tu interior, déjate llevar, dibuja lo que necesitas, y observa lo que sale“. El joven, no sabía muy bien qué hacer, no entendía mucho, en cierta medida estaba ofendido de que le diera un rastrillo para dibujar en lugar de darle la solución a su problema. Qué abstracto todo, que absurdo. Soltó el rastrillo. El viejo lo cogió y volvió a dárselo. “Déjate llevar”, le dijo.

Al principio incómodo empezó a dibujar. Se quería ir, pero la impresión de estar en ese jardín era tan fuerte,… que algo le atrapaba.

Siguió dibujando y poco a poco esa angustia la iba dejando patente en su dibujo, en el manejo del rastrillo. Sin darse cuenta, esa angustia pasaba a ser más leve hasta llegar a hacer unos dibujos más suaves y una sensación de bienestar empezaba a apoderarse de él.

Se empezó a recrear en ella, empezaba a sonreír y a dejarse llevar. Lo que al principio eran dibujos difusos empezaron a tener sentido para él, se apartó y observó. Cuando vio, sonrió al viejo jardinero, le hizo un agradecimiento con un gesto y se fue.

¿Cuál sería el dibujo que te ayudaría a descubrir jardín?

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